Tener
una buena educación, cultivar las mejores capacidades del individuo,
son imprescindibles para lograr un nivel de vida aceptable en el futuro.
En la infancia y en la juventud no todo el mundo dispone de condiciones
favorables, igualdad de oportunidades, para tener una educación digna.
No es lo mismo provenir de padres con estudios y medios económicos que
de familias desestructuradas o de una inmigración económica. La sociedad
tiene una idea tradicional de lo que debe ser la enseñanza o el
aprendizaje en un institutos de secundaria: exigencia, disciplina,
responsabilidad, esfuerzo y competitividad. Una enseñanza que gira
entorno a la figura del profesor, del maestro. Sin embargo, se ha visto,
que dicha forma de entenderla funciona muy bien en los centros
educativos de élite, mientras aquellos situados en entornos sociales
desfavorecidos o marginales, fracasa por cuanto no se adapta a unos
alumnos que plantean problemas de convivencia.
La
película, EL BUEN MAESTRO (Les grands esprits), escrita y dirigida por
el realizador francés, Olivier Ayache-Vidal, plantea la necesidad de
adaptar los metódos de aprendizaje a las circunstancias específicas de
un instituto que acoge a un alumnado de menor nivel económico
proveniente de la inmigración. Para ello se vale de la figura del
catedrático, François Foucault, que enseña en un centro de élite en
París, el Henri IV, donde analiza las grandes obras de la literatura
universal a alumnos de gran nivel educativo. Un día, en la presentación
del último libro de su padre, un escritor consagrado, conoce a la
secretaria de la ministra de educación, cuando le oye expresar la
opinión, hoy repetida, que los profesores jóvenes e inexpertos acaban en
institutos de la periferia a donde deberían ir los mejores, que
normalmente enseñan a los alumnos mas interesados.
El
protagonista, el profesor, François Foucault, acaba aceptando ser
trasladado a un centro de la periferia para impartir clase y estudiar
las condiciones de la enseñanza allí, demostrar que no está equivocado
con sus opiniones. De esta manera, se ocupará durante un año como tutor,
de un grupo de alumnos de lo que en España equivaldría a 2º de
secundaria, de 13 y 14 años. Al principio le resulta difícil. Son
alumnos indisciplinados, de bajo nivel educativo, poco centrados en las
tareas dentro y fuera del aula, de los que apenas puede escribir su
nombre, la mayoría de origen africano, pero hace un gran esfuerzo por
aprendérselos. Cualquier explicación de los contenidos, no da resultado,
como cuando les enseña lo que son los epítetos.
Pronto
descubre la razón de las dificultades del aprendizaje para el que no
vale demostrar solo que son incapaces o faltos de nivel formativo.
Emplea la actividad del anagrama, en la que los alumnos tienen que
formar palabras a partir de las letras de otras. Divide el aula en dos
grupos, en unos se pueden fácilmente descubrir, en otros, no se puede en
las dos primeras palabras, salvo en la tercera. De esta manera observa
que el grupo de alumnos que tenía esas dos primera palabras de
resolución imposible, en la tercera, que era sencilla, también fallaban.
Estos resultados le permiten concluir que el principal problema de los
alumnos es la motivación, que les impide el esfuerzo necesario para el
aprendizaje. Para conseguirlo, deberán, tener buenos resultados, aunque
sea a un nivel más bajo.
Desde
ese momento, el profesor Foucault, adaptará su método de enseñanza a
los alumnos, mirando aquello de positivo que descubre en ellos. No le
importará que a veces copien las respuestas o los textos si de esa forma
consigue sus objetivos. Empleará la obra, Los miserables, de
Victor Hugo, para educarles a hablar y escribir mejor, y colaborará con
la profesora de Historia, Caroline, para integrar los contenidos,
organizando una excursión al Palacio de Versalles de París. Les evalúa
de forma positiva siempre, si observa responsabilidad y motivación, no
de forma negativa para recordar el retraso educativo que presentan. Al
final, el protagonista consigue el éxito frente a los profesores
jóvenes, incluso que no se expulse definitivamente del instituto a
Seydou, su alumno más problemático, que se había hecho un selfie, junto a
su novia, encima de la cama de Luis XVI, y había escapado corriendo
por el famoso Salón de los Espejos. Terminado el curso académico, en la
despedida, le recomedará que siga aprendiendo para tener un futuro
mejor.
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