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Vieja friendo huevos, Diego Velázquez, 1618 |
La pintura barroca se basa en una representación realista tangible. La revolución de Caravaggio consistió en incrementar el realismo de los objetos y en utilizar personajes de la calle, sin buscar la belleza ideal como en el Renacimiento, tanto para crear escenas religiosas como mitológicas. Además, se valió de los fuertes contrastes de luces y de sombras, el llamado tenebrismo. Los pintores españoles barrocos desde comienzos del siglo XVII incorporarán ambas características a sus obras. Sobre todo una percepción del natural lo más fiel a la realidad de las naturalezas muertas o los bodegones de objetos, animales y frutas. De la misma forma, el empleo de personajes comunes, tal cual son, para las historias religiosas o mitológicas.
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El patizambo, José de Ribera, 1642 |
Los mejores ejemplos los encontramos en las pinturas de la etapa juvenil de Velázquez, como El aguador de Sevilla o Vieja friendo huevos. Una tendencia que perduró en su trayectoria en la representación de los bufones de la corte. En este sentido, también el pintor José de Ribera, destacó por el empleo de tipos humanos de la calle y de personajes deformes en sus cuadros, como El patizambo o La mujer barbuda. Este naturalismo pervivirá a lo largo del siglo. Lo observamos en las obras de Murillo que representan a los niños mendigos, como en las de Juan Carreño de Miranda, representando a buzones o a personajes como La mostrua desnuda, concebido como prodigio de la naturaleza.
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Joven mendigo, Bartolomé Esteban Murillo, 1650 |
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