La instauración de un régimen liberal y constitucional fue durante el siglo XIX un proceso lento y lleno de sobresaltos causados por los sucesivos pronunciamientos militares. La monarquía al principio de la centuria abrazó el absolutismo contra la Constitución de 1812 para luego ponerse al frente de un nuevo régimen acorde con los nuevos tiempos. Surgieron numerosos obstáculos. En primer lugar, la división entre los partidos liberales, tanto los moderados como los progresistas. La intervención de los militares que apoyaban a una de estas alternativas. La resistencia de la propia institución monárquica de avanzar en las reformas y en la modernización del país. El freno llegó a ser tal que la reina Isabel II tuvo que abdicar por la revolución Gloriosa de 1868. El llamado Sexenio democrático terminó con la instauración de la Primera República.
A finales de 1874, tras el golpe de estado del general Martínez Campos se restauró la monarquía borbónica, en la figura de Alfonso XII, a quien su madre había cedido el trono. Antonio Cánovas del Castillo será la figura clave del periodo. Estableció las bases del nuevo régimen entorno a la figura del rey. Un rey soldado que actuaría de moderador en el turno pacífico de dos partidos principales, uno conservador y otro liberal. Se instauraría el bipartidismo a la manera británica, que daría estabilidad al régimen. Serían innecesarios por tanto los pronunciamientos para la alternancia en el poder de los partidos principales, denominada turnismo. Una alternancia basada en el fraude electoral y en un sufragio restringido.
El turnismo de los partidos Conservador de Cánovas y el Liberal de Sagasta, constituye junto a la Constitución de 1876, los pilares básicos del nuevo sistema político. Una constitución en la que la soberanía es compartida entre el rey y las cortes, dentro de un estado confesional católico. La muerte prematura del monarca en 1885, obligó a su viuda a acceder a la Regencia. Los dos grandes partidos, tras el pacto de El Pardo, consolidaron el turnismo. La llegada del partido Liberal al gobierno permitió una serie de reformas que abrieron el nuevo régimen a la participación de otras fuerzas políticas, así como la aceptación de aquellos derechos y libertades suprimidos. Si bien el nuevo rey logró derrotar al carlismo y puso fin a la guerra de Cuba, según el paso del tiempo, emergió la oposición del nacionalismo vasco y catalán. Igualmente, se hacía cada vez más evidente el problema social a consecuencia de la penosa situación de los obreros industriales y los campesinos.
La pérdida definitiva de las colonias después de la nueva guerra en Cuba en la que intervino EEUU, causó una profunda crisis, la del 98. Tanto políticos de los dos partidos como intelectuales y literatos, lanzaron la opción de la regeneración de España que pasaba por un cambio en el sistema político a través de una serie de reformas que suponían la mejora de la situación popular. Tras la subida al trono de Alfonso XIII en 1902, todavía continuaría el régimen asediado por numerosos problemas derivados de su escasa evolución política y las nuevas circunstancias internacionales. El punto final fue en 1931 con la proclamación de la Segunda República.
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