La pintura del Quattrocento italiano

El Nacimiento de Venus, Sandro Botticelli, 1482-1485, Galeria Uffizi, Florencia

En nuestro particular recorrido de la historia de la pintura llegamos al Renacimiento. Así, una de las obras cumbres del Quattrocento italiano corresponde al Nacimiento de Venus pintada al temple sobre lienzo por Sandro Botticelli entre 1482 y 1485. Un autor de éxito en la Florencia de su tiempo, que estuvo vinculado a la Academia Platónica, protegida por la familia Médici, que reunió en su seno a artistas, filósofos y escritores. Tradicionalmente se había pensado que fue un encargo de Lorenzo de Pierfrancesco de Médici, junto a otras dos obras de mitología clásica, La Primavera, y Palas y el Centauro, aunque parece estar vinculada a la admiración que profesaba el propio Giuliano de Médici por Simoneta Vespucci, la modelo empleada por el artista para encarnar a la diosa. 



Botticelli tuvo como inspiración para el tema a Ovidio y, sobre todo, al poeta coetáneo, Angelo Poliziano, miembro de la Academia. La diosa Venus nació de las aguas del mar a donde se habían arrojado los genitales de Urano, cortados por su hijo Saturno. Pero el cuadro no representa el momento exacto del nacimiento, sino la escena de la llegada de la diosa a una isla mítica conducida por el viento, el dios Céfiro con su esposa, Flora, a la par que caen rosas sobre el agua. La diosa se sitúa en el centro, ligeramente escorada a la derecha, encima de una concha, símbolo de la misma, mientras la Hora de la Primavera le va a tapar con un manto. El mar parece alterado por las ráfagas de viento y una costa ondulante se pierde en el horizonte. 


La escena, llena de símbolos, tiene un significado más complejo, que el deducible de las fuentes grecorromanas. Hay que entenderla según el neoplatonismo formulado por Marsilio Ficino, por el cual, Venus, se desdoblaría en dos versiones complementarias, la celeste y la material. La representada por Botticelli, sería la celeste, en tanto que aparece desnuda, recién nacida. Encarnaría la inteligencia pura y el saber supremo. La belleza ideal, atributo de la divinidad, aparecería como un ejemplo claro de la pretensiones neoplatónicas de unir la filosofía antigua con la doctrina cristiana. El cuadro, por tanto, sería un ejemplo preciso del nuevo humanismo renacentista. Un humanismo que tiene al ser humano como centro del Universo.


De esta manera, se la representa, a diferencia de la Edad Media, desnuda, siguiendo los modelos de la mitología clásica. La figura central del cuadro sigue la postura de la Venus Púdica, con suave contrapposto, creada por Praxíteles, e innumerables veces imitada. Botticelli muestra un estilo que valora el dibujo sobre el color, siempre cargado de ritmo fluido, pero a la vez, cálido y de sensibilidad nostálgica. Los tres elementos que forman la escena se presentan a modo de friso en primer plano, sin valorar tanto, un fondo en perspectiva geométrica, típica del Quattrocento.


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