Historia de la escultura


 A lo largo de este curso en nuestro recorrido por la Historia del Arte, vamos a dedicar en este espacio una atención especial por la evolución de la escultura, tanto en bulto redondo como en relieve. El punto de partida corresponde a la escultura griega arcaica, entre el siglo VII a. C y el V a.C., que va cambiar rápidamente hasta alcanzar el periodo clásico. En la civilización griega se considera al ser humano como la medida de todas las cosas. Las proporciones de la arquitectura como la escultura pierden las dimensiones descomunales de los egipcios para hacerse adecuadas al ámbito de la polis. Los dioses griegos tienen un poder sobrenatural pero actúan entre los hombres, y protagonizan el mito. La vida de la ciudad conmemora a los héroes, convirtiéndoles en modelos a imitar para la sociedad.



Los primeros ejemplos de escultura griega tienen dos modelos fundamentales, el kurós y la koré, uno masculino y otro femenino. Los kuroi, son atletas divinizados o heroizados, sin rasgos individualizados, al mostrar una idea esencial de estas características. Las korai, en cambio, son muchachas que aparecieron entorno a los templos, que pudieron ser figuras votivas, donadas por los fieles con otras ofrendas. El escultor griego parte del punto donde había llegado la estatuaria egipcia y oriental, de la que recibe una fuerte influencia. Los kuroi se muestran desnudos, y especialmente los más antiguos, se presentan con un pie adelantado y los brazos pegados al cuerpo con las manos cerradas como puños. Son figuras hieráticas de acusada frontalidad con los rasgos anatómicos representados de manera geométrica.


El rostro presenta un gesto estereotipado y no expresivo, con una leve sonrisa. Las korai aparecen vestidas con distintos peplos, con los mismos arcaísmos en la representación del cuerpo. Frontalidad e hieratismo. Sin embargo, el afán de los griegos por la representación más fiel del ser humano, hace que la geometrización se sustituya cada vez más por el modelado de las formas y de los volúmenes. Además, según nos vamos acercando al siglo V a. C, se va rompiendo el frontalismo, al levantar o mover un brazo la figura, hasta incluso desaparecer la sonrisa arcaica.

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