Isabel II, la mujer y la pintura


Durante este curso estamos estudiando la Historia de España del siglo XIX en 2º de Bachillerato. La actual exposición madrileña, Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1831), que se muestra en el Museo del Prado, a partir de sus propios fondos, provenientes de las adquisiciones estatales, arroja nueva luz sobre este periodo histórico. Por una parte, sobre el papel de la mujer en la sociedad, un rol subordinado al del hombre, asociado a las tareas domésticas y a la maternidad, y por otra, sobre la difícil carrera, llena de obstáculos, de las mujeres por ser artistas, especialmente, pintoras. En este segundo aspecto, la exposición nos informa, que a las mujeres les impedían una rigurosa formación académica, por lo que aquellas que se dedicaron a la práctica artística tuvieron que tener protección o provenir de una familia de este ámbito.



La crítica al final de siglo tuvo que aceptar a la mujer en las Exposiciones Nacionales. Antes tuvieron que iniciarse como pintoras de géneros menores como la miniatura y los bodegones de flores. La práctica de la fotografía, dentro de un estudio dirigido por un hombre fue otra de las actividades en las que la mujer pudo dar rienda suelta a su creatividad. Un hecho significativo de este periodo fue el interés y la práctica por la pintura de las reinas durante este periodo. Primero, de María Isabel de Braganza, segunda esposa de Fernando VII, luego de María Cristina de Borbón, Reina Regente, cuyo maestro fue José de Madrazo y sus hijos. Durante su vida, influida por los acontecimientos políticos practicó este arte y envió cuadros a las exposiciones de la Academia de San Fernando.



De similar interés por la pintura fue la desarrollada por su hija Isabel II, que tuvo la motivación de su madre, y las clases de la pintora, Rosario Weiss, luego continuadas por Bernardo López. Otro aspecto de su formación era la copia de los grandes maestros en el Museo del Prado, un aspecto, el de copianta o copista, al que se dedicaba la mujer, para su formación en la época por la imposibilidad de acceder de otra manera a la misma. De esta forma, Isabel II llegaría a pintar, teniendo como principal actividad, la copia de grandes obras de la historia de la pintura. Tanto la Regente como la Reina desde 1846 remitieron pinturas a las exposiciones oficiales del momento, y ordenaron adquirir obras realizadas por mujeres. En este sentido, la propia Isabel II, nombró en 1850 a Emilia Carmena, pintora honoraria de la Real Cámara. La protección y el mecenazgo que dispensó a las mujeres pintoras fue muy superior a la de su madre. 



En el inventario de 1870 de las estancias del Real Palacio se localizan obras de la misma Emilia Carmena, de Adriana Rostán, de Euphémie Muratón, de Victoria Martín del Campo, de Josefa Gumucio, y de ella misma, como la famosa, Sagrada Familia del pajarito, copia de Murillo, de 1848, que ha sido interpretada por los historiadores, como le sucedió con alguna obra de su madre, como un sutil mecanismo de legitimación  con el que la madre e hija intentaron contrarrestar el desprestigio  que atacaba su vida privada, en su caso, casada por razón de Estado con su primo Francisco de Asís, y a raíz de la cuestión de Palacio por su relación amorosa con el general Serrano.

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