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El arte de Marcel Duchamp


 Marcel Duchamp (1887-1968) es uno de los artistas más influyentes del siglo XX junto a Pablo Picasso, pero en una vertiente diferente. Llega a cuestionar el propio concepto de arte, hasta tal punto que se emparenta con las manifestaciones más radicales de la vanguardia, adelantándose a las corrientes conceptuales que nos encontramos después de la Segunda Guerra Mundial. Su trayectoria se expresa en una constante experimentación, que se inicia con el lienzo, Desnudo bajando una escalera (1912). Una obra que nos informa de su conocimiento del cubismo y del futurismo, en su pretensión del captar el movimiento, una constante que observaremos en su obra. 



Después le podemos inscribir dentro del dadaísmo norteamericano, junto a Francis Picabia y Man Ray.  En ese periodo crea los famosos ready-mades (ya hechos), los objetos manufacturados descontextualizados convertidos, con ironía, en obras de arte. Entre los más famosos tenemos, Fuente, un urinario masculino invertido, firmado como R. Mutt, en el que lo importante era la elección y manipulación de un objeto industrial, que había perdido su finalidad original, para adquirir un sentido artístico polémico. Igual de controvertida es la manipulación de la Gioconda de Leonardo da Vinci. Duchamp pinta bigotes a una reproducción del cuadro. La firma con su nombre y la titula, L.H.O.O.Q, que leído rápidamente en francés, significa, ella tiene el culo caliente



Por otra parte, el afán de experimentación del artista, le llevó a terminar una de sus obras más famosas, el Gran vidrio, titulada, La casada desnudada por sus solteros, donde muestra otra de sus preocupaciones, el erotismo. De hecho, en los años veinte, se inventó un alter ego femenino, al cual llamó Rrose Sélay, cuya lectura fonética en francés significa, el amor es la vida. Con este nombre firmaría muchas obras y fotografías. De esta manera, el arte actual nos ofrece intervenciones polémicas, muy provocativas, que sorprenden al espectador más identificado con el arte académico. Sin embargo, esta nueva estética, tan ligada al valor del proceso creativo, le debe mucho a la obra y concepciones artísticas de Marcel Duchamp.

El estilo de Picasso


 Pablo Picasso fue un artista genial, muy influyente en el desarrollo del arte contemporáneo del siglo XX. Su enorme talento supo absorber numerosas influencias para crear una perspectiva singular en la pintura. Arte y vida, la suya propia y la de su tiempo, confluyen igualmente en su mirada. Podemos hablar de un estilo personal independiente y libre que cambia con el tiempo. Tiene presente a los pintores del pasado, pues su padre era profesor de dibujo, y estuvo matriculado en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, muy cerca del Museo del Prado. Ese espíritu libre, le llevó a recibir las influencias de la nueva pintura que se desarrollaba en París, el centro artístico del momento, donde se fraguaban las vanguardias.




El primer estilo del artista de define por la tonalidad, primero azul de los cuadros, con temas tristes, que representan a mendigos y enfermos, entre 1900 y 1904, cuando cambia, seguidamente a la tonalidad rosa, con temas melancólicos relacionados con el circo. Picasso siempre mostró un portentoso dibujo, preciso en los detalles y creador de las formas. Este talento se observa en estas manifestaciones iniciales. Pero su desafío en el lenguaje pictórico fue con la creación del cubismo, uno de los movimientos vanguardistas más importantes de la primera mitad del siglo XX. Un movimiento que hunde sus raíces en la obra de Paul Cézanne y en la escultura ibérica y africana. El cuadro, Las señoritas de Aviñón (1907), concretaron diferentes experimentaciones en el nuevo estilo que rompe con la representación del espacio tridimensional de planos de color quebrados en ángulos agudos.




El artista desarrolló el cubismo propiamente dicho entre 1908 y 1916, primero el llamado analítico, de colores apagados y tonos ocres, verdes y grises, donde la representación de figuras estáticas y bodegones se descompone en una maraña de líneas y planos; luego el sintético, a partir de 1912, caracterizado por figuras de color uniforme y contornos geométricos. Además, la pintura se combina, con papeles pintados y otros objetos. Aparecen como temas instrumentos musicales, naturalezas muertas y retratos. Después de 1917, Picasso consolidará un estilo cubista menos constructivo, y creará obras como los Tres Músicos, sin embargo, un viaje realizado a Italia, y el contacto con los ballets rusos, le inspirarán una fase clásica de su pintura, que evolucionará entre 1923 y 1925. 




A finales de los años veinte y a lo largo de los años treinta, cuando Europa vive momentos dramáticos por la crisis económica y política por el avance del totalitarismo fascista, se encontrará próximo al movimiento surrealista. Su estilo se vuelve más expresionista, para representar el dramatismo de la época. La obra capital será Guernica (1937), una pintura comprometida con la Segunda Republica española, que se ve violentada por los avances de la sublevación militar en la Guerra Civil, que denuncia el horror ejercido sobre la población civil. Tras la guerra mundial, la temática se hizo más desenfadada y optimista, e hizo versiones de pintores clásicos como en Las meninas de Velázquez. Una auténtica manifestación de la alegría de vivir a través de la pintura.

Clase en el Museo del Prado


Ayer viernes realizamos una visita al Museo del Prado. Hemos aprovechado que el grupo de Historia del Arte de 2º Bachillerato tiene pocos alumnos. No hay nada mejor para nuestra materia que poder contemplar las obras maestras de la pintura española e internacional del museo madrileño. El recorrido podría resultar muy extenso, pero lo concretamos, partiendo del Greco, con un trayecto por la pintura barroca española, desde Francisco Ribalta hasta Murillo, pasando por Ribera, Zurbarán, Alonso Cano, y sobre todo nuestro Diego Velázquez. Fue muy rápida la observación de la escuela madrileña del siglo XVII, los pintores de bodegones y de flores de la misma época. Antes de terminar con el estilo barroco, no nos olvidamos de las obras maestras de Rubens, un pintor muy vinculado a nuestro Siglo de Oro.




La última parte de la visita la centramos en Goya, toda su extensa obra que exhibe el museo, salvo los cartones para tapices. Nos pareció muy adecuado que sus cuadros de historia estuvieran junto a las pinturas del mismo tema del siglo XIX, seguidas de las famosas Pinturas Negras. Podríamos haber continuado la visita viendo las obras maestras de otras escuelas y estilos, pero ya el recorrido había sido extenso. De todas maneras, no nos fuimos sin contemplar las pinturas del Bosco, con su extraordinaria originalidad.
 

La mirada postimpresionista


 La pintura occidental da un salto cualitativo con el llamado postimpresionismo a finales del siglo XIX. Dos pintores franceses y uno holandés, van a sentar las bases de la pintura de vanguardia de principios del siglo XX. Fueron incomprendidos en su tiempo, apenas vendieron sus cuadros o no lo hicieron. Solo tuvieron fama al final de su vida o cuando habían ya muerto. Luego el mundo artístico descubrió su portentosa influencia. El Cubismo, el Fauvismo, el expresionismo, mostraron su deuda con Paul Cézanne, Vicent van Gogh y Paul Gauguin. Aportaron una mirada nueva a la pintura, la del propio artista, que no pretende la representación fiel de la naturaleza, cada uno a su manera o estilo. El pintor representa la subjetiva reflexión artística del mundo objetivo, a través de una peculiar aplicación del color.




Uno de los más influyentes, sobre todo al final de su vida, fue Paul Cézanne. En obras como Los jugadores de cartas, o La montaña de Sainte-Victoire, exhibe un estilo alejado del impresionismo. La pincelada tiende a crear manchas uniformes y yuxtapuestas, figuras geométricas elementales para representar la realidad. La rápida aplicación de la pincelada impresionista para captar los efectos de luz, que configurasen el objeto, se ha sustituido por un trabajo más concienzudo, estímulo de la reflexión.



Van Gogh valora en la pintura la expresión de sus sentimientos y pasiones, para representar temas con un carácter simbólico de raíz religiosa. Dos años antes de su muerte, en 1888, se trasladó a Arlés, para recuperarse de su enfermedad mental. Allí realizó los cuadros más importantes que han ejercido mayor influencia posterior. Llama mucho la atención la calidad del color de su paleta y la expresión con pinceladas anchas y espesas, a modo de autoexpresión, de los cada vez más tormentosos pensamientos. Obras maestras de este periodo son, El dormitorio en Arles (1888), y La noche estrellada (1889).



Paul Guguin es hoy de los artistas más valorados por el mercado y los aficionados al arte. Sus cuadros que han salido a subasta se encuentran entre los más caros, como en otro tiempo lo fueron los de Van Gogh. En España podemos disfrutar, no sin dificultades, del famoso Mata Múa, perteneciente a la Colección Carmen Thyssen, una de sus obras sin duda más valiosas. Atrae mucho de este cuadro, y otras similares de su mano, la visión idílica, como exaltación del primitivismo indígena de Tahití. Expresa la felicidad vital y espiritual de las mujeres indígenas en comunión con la naturaleza, Una naturaleza representada con unos colores no percibidos de manera objetiva, sino por la interpretación simbólica del artista. Su estilo procedente del llamado cloisonné, practicado por el artista, Emile Bernard, y evolucionado en su trayectoria, será muy influyente en el fovismo de Matisse y el expresionismo alemán.


Pissarro y el Holocausto


 La historia del arte y la contemporánea se entremezclan en muchos casos, ambas van de la mano como en otras épocas del pasado. Según se producen obras pictóricas o escultóricas y los artistas insertos en la sociedad del momento a través de los clientes. Después con su intercambio, según pasan los años. La pintura, Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia es obra de Camille Pissarro, pintor impresionista, en 1897. Pertenece a su última época cuando se trasladó por motivos de salud a Paris desde el campo. Este cuadro muestra la técnica impresionista al captar con pinceladas cortas los efectos de un día de lluvia sobre las calles. Tiene un punto de vista elevado, que él observa desde la habitación del hotel donde reside por aquellos años. La reforma urbana del barón Haussman había abierto grandes avenidas en la capital francesa. Desde la place du Theatre Français se contempla una profunda perspectiva donde los coches y paseantes pierden nitidez cuando todavía no había dejado de llover.




La obra se exhibe en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, es decir pertenece al Estado español que lo compró junto al resto de la colección del barón en 1993. Pero la polémica ha surgido desde hace más de veinte años cuando la familia Cassirer reclamó su devolución a pesar que fue adquirida legítimamente en una galería de Nueva York en 1976. El problema está que fue un cuadro que  su antigua propietaria, Lilly Cassirer en 1939 tuvo que malvender a un marchante nazi para obtener un visado de salida de Alemania para huir de la muerte. Luego tras su posterior venta, fue requisada por la Gestapo. Sabemos del afán expoliador de obras de arte de los nazis por toda Europa, que provocó que muchas obras desaparecieran o cambiaran de manos tras la guerra. Entre ellas se encontraron, especialmente, las de coleccionistas judíos.




Los dos procesos que se han realizado hasta la fecha en EEUU han dado la razón, según las leyes españolas, al museo como propietario legítimo, cuando se sabe que la antigua propietaria ya fue indemnizada por el Gobierno alemán por el valor que tenía el cuadro en 1958. Todo volvió a empezar cuando uno de los descendientes descubrió que se conservaba y reclamó su devolución. Este mes de enero saltó la noticia que se ha celebrado una vista ante el tribunal Supremo de EEUU que debe decidir si se aplican las leyes federales de ese país, que dan la razón a la familia, a pesar de todos los avatares posteriores del cuadro, que el museo ha publicado en una nota de prensa. Esperemos que la resolución judicial apoye la postura del Estado español, y podamos seguir conservándolo en Madrid.

La pintura realista y la sociedad de clases



 A mediados del siglo XIX, surge un nuevo estilo de pintura, el realismo. Coincide con el desarrollo de la industrialización y de una nueva sociedad, la de clases, basada en el nivel de riqueza de las personas. El grueso de la población pertenece a las clases desfavorecidas: el campesinado, y el nuevo proletariado, que ha participado, junto a la pequeña burguesía, en la revolución de 1848. En la misma fecha, Marx y Engels publican el Manifiesto Comunista. Las nuevas circunstancias influyen en los artistas en favor de un compromiso ético con las clases desfavorecidas. Por ello apuestan por una pintura que refleje la realidad de forma objetiva, sin ninguna retórica. En esta línea podemos destacar tres artistas franceses: Gustave Courbet, François Millet y Honoré Daumier.




Courbet fue un pintor de ideas socialistas que participó en la revolución de 1848 y en la Comuna de París. Su pintura fue revolucionaria en los temas y en la forma respecto al estilo romántico. Causó, de esta manera, escándalo al fijarse en la realidad de lo representado sin idealización. Inmortalizó, por ejemplo, a picapedreros, a su propio taller, un entierro popular, desnudos, y escenas de caza. Un entierro popular, en un pueblo donde buscó refugio, es el tema de una de sus obras capitales. En Ornans, realizó a modo de friso un retrato colectivo de más de 6 metros, que llamó la atención por llevar al lienzo un asunto que no era de interés para los artistas tradicionales. Igualmente, por aludir a la muerte de forma desapasionada y sin transmitir pensamientos elevados, sin contenido o argumento literario.



 François Millet reflejó en sus obras el trabajo campesino sin mayores pretensiones. Utiliza composiciones simples y figuras monumentales en paisajes que valoran los cambios de luz y de atmósfera. Honoré Daumier fue otro artista comprometido políticamente, para el que el arte es un instrumento de lucha para transformar la realidad social. Desarrolló una importante labor como caricaturista político empleando diferentes medios, la pintura, el dibujo, la acuarela, y especialmente la litografía. El tema, El vagón de tercera clase, lo desarrolló en una serie de obras, que muestran una precisa descripción de la realidad, mediante líneas fluidas y claroscuro.

Características de la pintura neoclásica


 Los profundos cambios políticos, sociales y económicos al inicio de la Época Contemporánea, tienen su equivalente en las transformaciones estilísticas. Frente al estilo Rococó propio de la nobleza del Antiguo Régimen, surge el Neoclasicismo, en el que se tiene como modelo la antigüedad grecolatina, como mejor forma de expresar los valores universales propios de los nuevos tiempos. Se adecua al pensamiento de la Ilustración que exalta la razón, que trata de mejorar la vida de los súbditos al aplicar reformas educativas para obtener la felicidad y el progreso social. La búsqueda de la belleza ideal y la perfección artística se corresponde con la rectitud moral, y la defensa de valores como el patriotismo, la dignidad y el heroísmo.




La pintura neoclásica valora la línea, el dibujo sobre el color. La claridad y serenidad compositiva frente a los grandes escorzos y decoraciones. Tiene un finalidad educativa y moralizante. Un lenguaje sobrio para expresar las aspiraciones de la burguesía revolucionaria, que debe convertirse en un elemento transformador de la sociedad.  El pintor francés, Jacques-Louis David es el mejor ejemplo de artista neoclásico. Además comprometido con la Revolución Francesa, para terminar al servicio de Napoleón. La huella de la influencia clásica se observa primeramente en El Juramento de los Horacios (1786), donde representa un tema de la historia de Roma de carácter patriótico. Las arquitectura, los vestidos de los personajes, la composición equilibrada, nos recuerdan aquel pasado glorioso, en la que un grupo de hermanos van a sacrificar su vida.




En Marat asesinado (1793), un vacío se cierne sobre el cuerpo muerto del revolucionario, que exalta su dignidad y compromiso moral. El propio artista participó durante el periodo jacobino en la Convención republicana. Según evoluciona la marcha de la revolución, sus temas cambian en favor de un nuevo régimen más moderado, como expresa en El rapto de las Sabinas (1799), y finalmente al servicio propagandístico de la figura del emperador Napoleón Bonaparte. En este periodo el estilo neoclásico se convertirá en una moda que se aplica a la decoración o el vestido a la manera del imperio romano, y será adoptado por la nobleza europea, como observamos en el retrato de La marquesa de Santa Cruz, (1805), pintado por Francisco de Goya.




Isabel II, la mujer y la pintura


Durante este curso estamos estudiando la Historia de España del siglo XIX en 2º de Bachillerato. La actual exposición madrileña, Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1831), que se muestra en el Museo del Prado, a partir de sus propios fondos, provenientes de las adquisiciones estatales, arroja nueva luz sobre este periodo histórico. Por una parte, sobre el papel de la mujer en la sociedad, un rol subordinado al del hombre, asociado a las tareas domésticas y a la maternidad, y por otra, sobre la difícil carrera, llena de obstáculos, de las mujeres por ser artistas, especialmente, pintoras. En este segundo aspecto, la exposición nos informa, que a las mujeres les impedían una rigurosa formación académica, por lo que aquellas que se dedicaron a la práctica artística tuvieron que tener protección o provenir de una familia de este ámbito.



La crítica al final de siglo tuvo que aceptar a la mujer en las Exposiciones Nacionales. Antes tuvieron que iniciarse como pintoras de géneros menores como la miniatura y los bodegones de flores. La práctica de la fotografía, dentro de un estudio dirigido por un hombre fue otra de las actividades en las que la mujer pudo dar rienda suelta a su creatividad. Un hecho significativo de este periodo fue el interés y la práctica por la pintura de las reinas durante este periodo. Primero, de María Isabel de Braganza, segunda esposa de Fernando VII, luego de María Cristina de Borbón, Reina Regente, cuyo maestro fue José de Madrazo y sus hijos. Durante su vida, influida por los acontecimientos políticos practicó este arte y envió cuadros a las exposiciones de la Academia de San Fernando.



De similar interés por la pintura fue la desarrollada por su hija Isabel II, que tuvo la motivación de su madre, y las clases de la pintora, Rosario Weiss, luego continuadas por Bernardo López. Otro aspecto de su formación era la copia de los grandes maestros en el Museo del Prado, un aspecto, el de copianta o copista, al que se dedicaba la mujer, para su formación en la época por la imposibilidad de acceder de otra manera a la misma. De esta forma, Isabel II llegaría a pintar, teniendo como principal actividad, la copia de grandes obras de la historia de la pintura. Tanto la Regente como la Reina desde 1846 remitieron pinturas a las exposiciones oficiales del momento, y ordenaron adquirir obras realizadas por mujeres. En este sentido, la propia Isabel II, nombró en 1850 a Emilia Carmena, pintora honoraria de la Real Cámara. La protección y el mecenazgo que dispensó a las mujeres pintoras fue muy superior a la de su madre. 



En el inventario de 1870 de las estancias del Real Palacio se localizan obras de la misma Emilia Carmena, de Adriana Rostán, de Euphémie Muratón, de Victoria Martín del Campo, de Josefa Gumucio, y de ella misma, como la famosa, Sagrada Familia del pajarito, copia de Murillo, de 1848, que ha sido interpretada por los historiadores, como le sucedió con alguna obra de su madre, como un sutil mecanismo de legitimación  con el que la madre e hija intentaron contrarrestar el desprestigio  que atacaba su vida privada, en su caso, casada por razón de Estado con su primo Francisco de Asís, y a raíz de la cuestión de Palacio por su relación amorosa con el general Serrano.

Goya, pintor de la llustración


Los primeros contenidos de la materia de Historia en 4º de ESO, corresponden al estudio del Antiguo Régimen, la Ilustración y España en el siglo XVIII. Francisco de Goya, uno de nuestros artistas más geniales captó mejor que nadie los procesos de cambio de mentalidad que dan paso a la Edad Contemporánea. Estuvo en contacto con la élite intelectual y política que introdujo en España las ideas ilustradas, que proponían reformas económicas y educativas en la nación para que esta superase su decadencia. Por otro lado, logró el mecenazgo de la aristocracia más importante del momento. De esta manera, conocemos, mediante su labor como retratista a la corte madrileña de tiempos de Carlos III y Carlos IV.



El pintor aragonés criticó de forma satírica la superstición, a una institución anticuada como la Inquisición, la injusticia social, la incultura y las costumbres atrasadas. El vehículo principal para mostrar sus ideas fueron el dibujo y el grabado, sobre todo en la serie de los Caprichos, publicada en la década de los noventa del siglo XVIII. El estilo personal de Goya, un artista que perteneció a la Academia de Bellas Artes, parte del rococó, con un cierto recorrido por el clasicismo imperante en la época, hasta llegar al prerromanticismo, para anticiparse a los movimientos más avanzados de pintura de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Un estilo, por tanto, que compendia, las distintas perspectivas que abordan la realidad en un periodo de revoluciones.

La pintura del subconsciente

La persistencia de la memoria, 1931, Salvador Dalí, MOMA, Nueva York

En estos tiempos de pandemia hemos visto, sentido y vivido situaciones extrañas, paradójicas e insólitas debido al confinamiento, al distanciamiento social o a utilizar mascarillas por la calle. Nos recuerda a las imágenes del movimiento surrealista, uno de los más importantes y completos de comienzos del siglo XX. Surgido a mediados de la década de los veinte, en 1924, abarcó la literatura, la pintura, la escultura, el cine y la fotografía. Entorno a André Bretón, destacarón pintores como Max Ernst, Yves Tanguy, René Magritte, y los españoles, Salvador Dalí y Joan Miró, entre otros. Como otros movimientos de vanguardia, tenía un aspecto revolucionario tanto en lo social, como en el arte.

La llave de los campos, 1936, René Magritte, Museo Thyssen

La pintura surrealista estuvo influida por las ideas de Sigmund Freud, los planteamientos del psicoanálisis, que teorizaba sobre dos niveles en la persona. Una consciente, aquella que es racional y determinada por la educación en un ámbito social, y la inconsciente, donde se encuentran los aspectos irracionales, más próximos a los instintos, sin las delimitaciones espacio-temporales. Los surrealistas aspiraban a borrar las fronteras entre estos dos niveles, representar lo prohibido, lo maravilloso, el erotismo y hasta la crueldad. Por ello, también, apelaban a la expresión del automatismo, de lo instantáneo. Lo onírico, el mundo de los sueños, es la puerta de entrada a este nivel oculto de la persona.

El carnaval de Arlequín, 1925, Joan Miró, G.Albr.Kn., Búfalo, EEUU.

Los artistas pertenecientes al surrealismo admiraron a pintores del pasado como El Bosco, Goya y Archimboldo, y contemporáneos como a Giorgio de Chirico y Pablo Picasso.  Cada uno de ellos, desarrolló un estilo propio, según las preocupaciones de cada autor. Por ejemplo, René Magritte, se centró en lo paradójico, y en el impacto conceptual sobre el espectador. Esto lo observamos en obras como La llave de los campos o Los amantes. Joan Miró llevó al lienzo desde el principio un mundo propio repleto de criaturas y signos con un fuerte contenido simbólico. Definió un estilo singular de gran fantasía al mostrar un inconsciente mágico con ricos colores primarios. Salvador Dalí, fue el más mediático, siempre dado a la provocación y a la performance. Desde una técnica precisa en el dibujo, desarrolló imágenes con el método paranoico-crítico, que suponía la superposición de visiones irreales en paisajes desnudos, tomadas de los sueños. Participó en la elaboración de creaciones fotográficas y de cine junto a Luis Buñuel y Alfred Hitchcock.

La Gioconda de Leonardo da Vinci

La Gioconda, 1503-1519, Museo del Louvre

Quería comentar una pintura del Cinquecento, aquella que mejor representase este periodo comprendido por la obra de los grandes maestros del Renacimiento. Podía elegir varias entre las indicadas, incluso, para el nivel de 2º de Bachillerato. Al final me decidí por la Gioconda o Mona Lisa, sin duda la pintura más famosa del mundo. Aquella que logra alterar el ritmo de visitas, ya elevado, del Museo de Louvre, para provocar un tumulto de turistas, palos de selfie y cámaras fotográficas. Los numerosos interrogantes que la rodean, y las copias y parodias a las que ha dado lugar, la han convertido en un auténtico icono cultural.


Representa un retrato de medio cuerpo de Lisa Gerardini, esposa del banquero, Francesco del Giocondo, encargado a Leonardo para celebrar el nacimiento de su segundo hijo. Fue comenzado en la ciudad de Florencia en 1503, y al parecer, siempre retocado por el maestro hasta su muerte acaecida en la corte francesa en 1519. El mismo rey, Francisco I, lo adquirió por esas fechas, para pasar a las colecciones reales. La dama se encuentra en una galería, sentada en un sillón, con los brazos cruzados en un lateral, que producen un leve contrapposto a la figura, para evitar la frontalidad. Al fondo se observa un paisaje onírico, brumoso, que se pierde en la lejanía. Un tratamiento similar al empleado en la Virgen de las rocas. La luz entra por la izquierda e ilumina sobre todo, el rostro, el pecho y las manos.Un rostro caracterizado por una pequeña sonrisa mientras sus ojos están fijos frente al espectador. 


Leonardo exhibe su dominio de la técnica pictórica, propia de los grandes maestros. El óleo sobre una tabla de álamo en la que fue pintada, le permite llevarlos a cabo. Muestra una composición triangular, con armoniosas proporciones. Emplea el claroscuro, como definidor de formas y volúmenes, según la diferente incidencia de la luz. De esta manera, los contornos del dibujo están difuminados, según su propia técnica del sfumato. Tales recursos técnicos estarían al servicio de la representación de la psicología de la retratada, significado muy propio del Renacimiento, pero también, de la concepción de la belleza ideal que tenía Leonardo.

La Gioconda, 1503-1516, Museo del Prado

Los conservadores del Museo del Louvre velan constantemente por su estado de conservación. Tratan de evitar cualquier daño producido por la visita de tantos admiradores. Hoy parece que requeriría una difícil restauración para eliminar los barnices que la oscurecen. Por otra parte, el Museo del Prado exhibe la mejor copia de la Gioconda, también un oleo sobre tabla, con medidas casi idénticas, que fue pintada al mismo tiempo en el taller de Leonardo por uno de sus discípulos, Francesco Melzi o Andrea Salai.

La pintura gótica

El matrimonio Arnolfini, Jan Van Eyck, 1434
En nuestro recorrido por la Historia de la Pintura llegamos al estilo gótico, un periodo extenso en el tiempo, que va a tener dos ámbitos geográficos fundamentales, sobre todo, al final del mismo. La pintura italiana del siglo XIII y XIV, los llamados Duecento y Trecento, y aquella desarrollada posteriormente en los Países Bajos. Ambas son la mejor expresión de la cultura urbana centrada en el comercio de la plena y baja Edad Media. Si nos situamos en esa última, destaca la figura de Jan Van Eyck, el pintor al servicio del Duque de Borgoña, e introductor de la técnica del óleo. Destacamos como ejemplo de su virtuosismo, la tabla que representa El matrimonio Arnolfini, datada en 1434, que en la actualidad se conserva en la National Gallery de Londres.


La obra representa la ceremonia del matrimonio entre Giovanni Arnolfini, acaudalado hombre de negocios establecido en Brujas, y su futura mujer, Givanna Cenami, que aparecen de cuerpo entero frente al espectador. La pareja se agarran con una mano, mientras con la otra, el marido, bendice a la mujer y ésta, con la contraria se la lleva al vientre. La escena se desarrolla en una habitación privada. Al fondo, se descubre, reflejado en un pequeño espejo, al clérigo, que dirige la ceremonia, y al testigo, que sería el propio pintor. El conjunto comprende un sofisticado juego ilusionista que implica al espectador en la escena.


El matrimonio Arnolfini es una obra maestra de Jan Van Eyck, y del estilo flamenco del siglo XV. En ella se compendian las características que lo definen. Realismo en la representación minuciosa de los objetos. Así como, preocupación por la luz y la perspectiva, una representación de carácter espacial, más que de índole matemática. Los pintores flamencos utilizan el recurso a disponer una ventana que ilumina los interiores de las casas o templos, por los que la luz penetra y define, graduando, las formas y los colores de los objetos. 


Por otra parte, la pintura no se agota en la representación naturalista, sino que tiene una fuerte carga alegórica, explicada a través de los numerosos símbolos que emplea. En la obra que nos ocupa, el autor alude al matrimonio y la maternidad. Precisa el papel de cada uno de los cónyuges y la necesaria fertilidad para mantener el rico patrimonio o el estatus familiar. Los dos contrayentes provienen de Italia, un país mediterráneo, pero han establecido negocios con países muy distintos. La tabla, igualmente, indica, que el futuro no será fácil, pero la unión está bendecida por la fe cristiana. 


Por tanto, los numerosos objetos representados en la pintura no son únicamente decorativos, sino que comunican una información instantánea al espectador avezado. En este sentido, cabe explicar la representación de las naranjas, el rosario, el Vía Crucis entorno al espejo, la cama, los zuecos, el perro, la vela encendida, el empleo de unos determinados colores y no otros, incluso la propia firma del afamado pintor, compuesta en una auténtica declaración: Jan Van Eyck estuvo aquí en 1434.